Cartas desde Vietnam

Estoy sentado en medio de la cafetería Cộng Cà Phê, rodeado de gente y a la vez solo. El ruido es ensordecedor. Los compañeros pasan a mi lado, saludando y deseando un buen día, pero estoy solo. El camarero me trae un café y lo sustituye una y otra vez por otro caliente cuando este se enfría, siempre queda lleno en mi mesa. Mis lágrimas caen en la mesa, porque yo no encajo, no me siento parte de un todo, creo que no lo entienden. Estoy solo. Efusivamente me hablan y me relatan sus peripecias del día a día en un lugar tan lejano y diferente de España como este. Tan acompañado siempre, y tan solo al mismo tiempo.

Me he empezado a marchitar. Toda la vida devorando conocimiento, un viento trae un susurro del oeste que habla de productividad mental. Sin embargo, es la serpiente en mi interior la que me devora a mí. ―Se retuerce dentro y te muerde, ¿verdad? ―me digo. ―Entonces la quemas, le prendes fuego, fuego desde el interior. ¡Arde, arde, arde! Eso sí te da vida, te llena, pero lo arrasa todo. Luego no queda nada, y la sal de tus lágrimas deja un campo yermo donde nada vuelve a crecer.

Siempre atrapado, buscando nuevos horizontes laborales, nuevas ilusiones que se transformen en vocación, pero no llega nunca. Los cambios se suceden, las mejoras económicas los acompañan, y un éxito aparente ante los conocidos se abre paso: ―¡esta vez será el trabajo que quiero! ―nada más lejos. La situación no mejora por más que me esfuerce, ni por mejor formación, ni por más dinero que gane, o mejores puestos de trabajo consiga. Ahora ya lo sé porque estoy ahí. Si no hago algo que me haga sentir realizado, no me enriquecerá ni merecerá la pena. Porque la ilusión nunca dura más de unos meses. El fantasma aparece riéndose a carcajadas justo antes de que la ruleta vuelva a girar. No soy el único, en la sala hay otro tipo que da vueltas andando con un pastel en la mano, siempre está llorando, nunca lo come. En su lugar devora sus uñas y dedos, que hoy ya son extremidades deformadas. En la barra una chica juega con su bolsa de té, demacrada, ausente, con la cara cada día más pálida, la sangre que una vez fluía por sus carrillos ha desaparecido. Su cuerpo está más delgado que ayer, debe ser la serpiente. Los tres nos miramos, queremos lanzar una granada dentro de la habitación, cerrar la puerta, y pensar que todo estará ordenado cuando la abramos. Bian, la mujer de los secretos, siempre viene y nos hace desistir. Su voz es dulce y comprensiva. Es como una guía del lugar que mantiene alejados a los fantasmas y conversa con ellos, pese a que son testarudos y siempre reaparecen cuando ella vuelve a sus quehaceres.

Soy la pieza que no encaja en el rompecabezas. ¿Infeliz, triste, estresado? ¿Estás dónde quieres? Ve a por ello. ¿A por qué? A salir de la cadena, a dejar de ser normal, normativo, restrictivo y unificador. La puta normalidad nos hace desdichados. Trastornados, privilegiados, infantiles. ¿Y qué? ¿Y si no nos pasa nada? ¿Y si estar fuera de esa normalidad es lo que nos hace únicos? ¿A quién hago daño, saliendo del juego de lo que se espera que sea y que haga? ¿Y si está más relacionado con la multipotencialidad? El sistema necesita que seamos normales para que la rueda no deje de girar, y así seguir engrandeciendo la “máquina” que fagocita a la humanidad. La auténtica Skynet, no necesita androides, la verdadera Matrix no necesita cuerpos humanos. Nuestro sistema insaciable ya se basta solo, y solo necesita humanos que devoren a otros humanos. Que unos opriman a otros, bien sea matándolos de hambre o quemándolos vivos bajo el fuego de las bombas. Que eliminen la diversidad de la especie, la curiosidad, el pensamiento crítico, los ideales, la búsqueda de la felicidad fuera de la ambición de tener más dinero, más cosas, más amantes, más seguidores; más de todo, y menos YO.

Otro café, caliente y oloroso. Cuántas personas encontradas y perdidas. Cuántos saltos al vacío en forma de relaciones para consumirme una y otra vez. La lumbre es tan hipnotizante. ¿Recuerdas el olor del tabaco rodeado de amigos en un zulo? ¿El color del carmín de los labios de la chica por la que peleaste en una discoteca de verano? ¿Las primeras veces? ¿La angustia tras una noche de alcohol en la que te sientes como si todo estuviera mal? Un banco alumbrado por farolas en un instituto durante la noche. Allí tres pasaron a ser dos, y luego cuatro, para acabar en dos otra vez. Esas fincas llenas de desconocidos que se convertían en un ente uniforme alrededor de una piscina. La pelirroja de los ojos claros infinitos que estaba en la otra orilla. La andaluza morena y auténtica, hija del mestizaje, de esa tierra donde nací y crecí. Un maletero abierto, un gorrión revoloteando y Vai sonando. Copas y algún canutillo, algún arrumaco de más, vivencias inolvidables. Y es que ya eras diferente. Los hay que ya no están, los que se fueron, los que se descubrieron y los que se perdieron.

Cuántos huyen a ninguna parte por medio de despedidas en pasillos alumbrados con luces blancas de hospital, o en cafés llenos de gente. Amistades y amores que se pierden por pensar que no son tan importantes. ―Siempre pueden encontrarse personas nuevas ―escucho de alguien en una mesa cercana. “Siempre” para expresar la incertidumbre, qué contradicción. Sin embargo, luego ocurren los reencuentros. Unos, con amistades que siguen ahí como el primer día. No hacía falta estar ahí, pero sí habría sido deseable. Llamar y compartir más, tomar más jarras de vino, reír y crear comunidad de individuos, apoyarse en el día a día. Otros, con los amores perdidos, rindiéndote a las mieles del contacto. La inflamación provocada por esos abrazos que en primera instancia dejan de ser un saludo, para convertirse en la prueba palpable de que la persona amada está ahí otra vez, y puedes tocarla, olerla, sentir su pelo, juntar las caderas; y ver tu reflejo en sus ojos brillantes, todavía atónitos por el regalo que es la sorpresa de la presencia inesperada.

El camarero, el señor Tuân, siempre obediente, me sonríe y cambia el café. 30 personas abandonan la cafetería por sus cinco puertas. 22:22 la hora de los superhéroes. Alguien viene a rescatarme, apoya una mano en la mesa absorbiendo el charco de lágrimas. De la sal restante, una margarita, ya se marchita, y ahora surge una rosa con espinas, duele, sangre en los dedos, ya se marchita. ―¿Superman eres tú? ―levanto la mirada. No, soy YO mismo delante de mí. ―Vuelve a la casilla de salida, tú mismo eres tu salvación. Saliste a buscar la felicidad, saliste a buscar el éxito, saliste a dejar huella en el mundo, saliste a buscar a Dios y lo encontraste en forma de billetes de colores, saliste a arreglarlo todo. Saliste, y te olvidaste de quedarte. Ya lo tenías todo dentro.

Cojo el café por primera vez, y la taza me estalla en la mano, no veo ninguna herida. Él me agarra de la camisa de lino azul y me levanta de la silla como si fuera un peluche. ―Y es que no podías conseguir nada de eso si te olvidabas de ti mismo, de ponerte por delante de todo y decir YO. ¿Qué quieres de tu trabajo?

―Inspiración.

―Pues crea, muévete por algo, inicia el movimiento y llegará la inspiración. Sé valiente. ¿Qué objetivo quieres alcanzar?

―La felicidad.

―Pues empápate de conocimiento, pero no solo en los libros. Empápate de las personas, conócelas. Imprégnate de su cultura, de lo que las mueve y las hace pertenecer a un lugar y tiempo determinados. ¿Qué quieres de tus relaciones personales?

―Pasión.

―Pues arde sin control, quémate, y a la vez sé como un torrente de agua imparable que enfría la hoja surgida de la fragua. No dejes de forjar. Estrangula a esa maldita serpiente, rompe la burbuja, agárrate a las relaciones humanas y al instante, clava tus uñas hasta que te fallen las piernas. Conoce cada milímetro de la persona amada, hazla tuya. ¿Qué es lo que más quieres?

―A los que quedarán cuando yo no esté, la Estrella de la Mañana.

―¿Y qué valores les quieres dejar?

―Honradez, curiosidad, amabilidad, perspicacia.

―Entonces ya lo tienes todo, no me necesitas, volvemos a ser uno. ¡Ahora sal de aquí! ―Siento un golpe en el pecho como si me atravesaran y vuelvo en mí.

No está mal no encajar, no me pasa nada. Estos mal llamados trastornos algunas veces son los que nos hacen únicos, y nos permiten seguir adelante. El mundo es precioso y quepo en él. Llevo años huyendo de quien soy, fingiendo y poniendo parches, eso se acabó, no voy a ser más ese. No voy a preocuparme por cosas que realmente no me importan. Mostraré mis ideas, aunque a veces no se entiendan, me explicaré con mis valores, da igual si fracaso o el camino es más duro.

―Todavía puedo avisarles.

El tipo que daba vueltas en la sala está colocándose una soga alrededor del cuello e Itsuki sonríe. Intento llegar a él, pero los fantasmas lo rodean. Solo alcanzo a ver cómo queda colgando de una de las vigas del techo. Una punzada en el estómago, algo se rompe dentro de mí.

A la chica la busco en la barra para decirle lo que he descubierto, pero está también rodeada de fantasmas que se abalanzan sobre mí e intentan arrancarme la piel. Duele. Las lágrimas brotan de mis ojos cuando veo que no puedo alcanzarla. ―¡Maldita sea, no llego, no la alcanzo! ¡No te pasa nada malo, despierta! ¡Abrázate! ¡Eres tu heroína!

Un impulso tira de mí y me absorbe hacia la salida. Veo a Bian sonreír y asentir con la cabeza mientras las paredes del local se vienen abajo y dejan a la vista un lugar de pesadilla.

―Doctor despierte, es tarde, ¿no vuelve a casa?

―Eh… sí sí, estaba un poco cansado eso es todo. Gracias por avisar Quân.

Tengo los ojos llorosos y noto mi corazón como si fuera a estallar. Observo el libro sobre Yokai que tengo en mi mesa. Lo estoy usando para un estudio sobre la influencia de la cultura japonesa en indochina que estamos realizando en el Instituto Cervantes. Justo al lado hay una carta manuscrita con mucha prisa, húmeda y con dos manchitas rojas que parecen gotas de sangre en la que se cuenta todo lo vivido. Al final puede leerse:

A quien quiera que lea esto, este es mi testimonio. Si estás en ese lugar, puedes salir, abrázate.

Domingo del centésimo día de 1994, Hanoi.

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