Dibujos en la Arena

La playa no está muy llena hoy, y con 26ºC el calor es bastante llevadero. Puedes estar en la arena sin que te queme en los pies, o sientas todo el cuerpo sudoroso. Es la temperatura ideal. Coloco mi sombrilla roja en la arena y estiro mi toalla verde. A continuación, me deshago de mis pantalones vaqueros muy cortos, y de una camiseta blanca un poco holgada la cual llevo anudada a la altura del vientre. Me da un toque más veraniego cuando deja mi ombligo a la vista, me gusta. El bikini negro contrasta con el color de mi piel, que no ha recibido mucha radiación solar este año. Es pequeño, con la braguita brasileña y bandeau en la parte del pecho. Cubre lo justo para no ser el centro de atención. 

Me siento en la toalla y abrazo mis rodillas mientras miro el mar calmado. Pese a ello no veo mucha gente bañándose. ¿Estará el agua muy fría? Me levanto de un salto y corro hacia el agua. Sin pensármelo me tiro de cabeza para bucear unos metros. ¡Qué bien se está! El agua está perfecta. Tirito una vez por el contraste de temperatura inicial, no obstante, permanezco unos minutos dentro del agua. Desde allí puedo ver a la derecha de mi sombrilla un grupo de personas, deben rondar los 30 como yo. Parecen la típica pandilla de amigos de verano. Son muy escandalosos, y dos de ellos andan haciendo el bobo con otras dos chicas del grupo que responden a sus bromas, y generan que todos rían al unísono. A la izquierda, el ambiente es totalmente distinto. Hay un chico, bueno es mayor que yo, no sé decirlo, tiene muy buen aspecto, moreno y bronceado. Me miro los brazos blancos y me río sola. También está algo musculado, nada excesivo, elegante. Todo lo elegante que se puede estar en bañador. No hace un ruido, tiene un libro en una mano y un móvil en la otra. Ahora se recuesta sobre su costado como si se encontrase en un triclinio griego, y creo que empieza a leer al mismo tiempo que juega con un lápiz que va girando con sus dedos. ¿Qué estará leyendo? 

Salgo del agua y me dirijo a mi toalla. Me tumbo bocabajo, meto la mano en la bolsa de playa y saco mi móvil. ¿Me habrá escrito alguien? Nada, ni una notificación. Voy a relajarme. Uso mi brazo de almohada para apoyar la cabeza. Es innegable que se lo están pasando bien. Oigo a la pandilla canturreando, y veo que se han subido a caballito en parejas, jugando a ver quién tira a las otras en la arena. Este año no he tenido mucha compañía, esporádica diría yo, y es la primera vez que vengo a España en 2025. Alejandra debe estar al caer. Miro el móvil otra vez, no me ha escrito. Me giro en la toalla. Ahí está él, en silencio, bajo una sombrilla color berenjena. Está mirando en mi dirección, pero parece ocupado escribiendo en el libro. Es como si estuviera en otro mundo. Mejor lo dejo tampoco quiero que me vea mirándolo fijamente. 

—¡Irene ya estoy aquí! 

Por la pendiente de arena que va desde el paseo a la playa, veo bajar a Alejandra a toda velocidad. Las sandalias sueltas en su parte trasera, hacen que levante mucha arena y parezca un pato fuera del agua. 

—¡Hola! Te estaba esperando, no me escribiste —nos abrazamos fuertemente. 

—Sí, lo sé, es que no voy a poder quedarme. Aun así, quería pasarme y decírtelo en persona.  

—Ya veo, no has traído ni el bikini bajo la ropa —digo con cara de decepción. —Llevo tres días aquí y todavía no hemos podido charlar un rato. 

—Tienes razón. Pero no te preocupes, ya lo tengo todo planeado. Esta noche iremos a cenar las dos juntas, y nos pondremos al día. ¡Prometido! —dice levantando la palma de la mano derecha como si estuviera en un juicio de una película americana. —En cualquier caso, tengo unos minutos, ¿cómo estás? Te veo genial, tienes que decirme qué comes. 

—No me des coba —digo riéndome. —Ya sabes que voy al gimnasio, y me apunto a cualquier cosa que implique aventura, desde saltar de un puente a subir una montaña. Así que comer, como muy bien y en cantidad. No sé de qué te quejas si con la escuela de surf, tú estás igual y además bronceada. 

—¡Touché! —imita un acento francés, mientras hace como si un florete se hubiese clavado en su cuerpo. —En fin, tengo que irme, entretanto disfruta del Sol y del mar. Además, no hay mucha gente, el día es perfecto. ¿Oye has visto a ese chico? Puedes preguntarle la hora o algo así. 

Empiezo a reír.  

—¡Qué idiota eres! Sí, lo he visto, está en su mundo con un libro y un lápiz, y sí, no está mal, pero Miguel llegará en breve. 

—¿Y? Ni que fuerais algo. Irene, hace un año que no os veis, y antes tampoco es que tuvieseis nada, así que no veo el problema. Siempre estás dándole mil vueltas a todo, empieza a vivir. Tienes un buen trabajo, puedes irte de vacaciones, y estás sana. Que las relaciones ficticias sean tu última prioridad. Anda pregúntale qué está leyendo —me dice Alejandra entre risitas con cara picarona. 

Vuelvo a mirarlo y me da la impresión de que esta vez está pendiente de nosotras. Hemos cruzado las miradas y ha empezado a escribir otra vez. ¿Qué estará escribiendo? 

—Bueno Irene, te escribo luego, ¡ciao! 

—Vale, hasta luego. 

Mueve la mano despidiéndose al mismo tiempo que se va de vuelta al paseo marítimo. 

Me tumbo en la toalla bocarriba, me ajusto bien la braguita del bikini para evitar otra línea más de bronceado, y me pongo mi sombrero blanco sobre la cara. Pienso en las palabras de Alejandra, y en la no relación con Miguel. Era verdad, yo no quería nada con él hace un año, ni lo quiero ahora, y él tampoco puso mucho interés. No sé para qué le he escrito, mierda. Ya estará a punto de llegar. Tampoco sé por qué ha aceptado venir. Bueno, conversaré un poco y me iré con la excusa de la cena con Alejandra. 

Han debido de pasar unos minutos, salgo de mis pensamientos, de reojo miro a mi izquierda y no veo su bañador verde manzana bajo la sombrilla. ¿Dónde ha ido? Me incorporo en la toalla y lo busco en el agua. No lo veo. ¡Ah, ahí está! Está en la orilla con una… chancla en la mano haciendo algo en la arena. Es como si escribiera o dibujara algo. He de reconocer que se ha convertido en mi distracción de la tarde. ¿Qué lee? ¿Y qué hace ahora en la arena? Su cuerpo brilla al Sol con reflejos dorados. Ha terminado. Deja la chancla en la orilla y se mete en el agua. Tengo curiosidad. Podría levantarme y mirar lo que ha hecho mientras voy al agua. Sí, allá voy. 

—¡Irene! ¡Qué bueno verte! —escucho detrás mía la voz de Miguel. Vaya, qué oportuno. 

—¡Hola Miguel! —digo efusivamente como mostrando interés, pero no demasiado, no quiero parecer desesperada por el encuentro. —Ha pasado un año más o menos, ¿cómo estás? ¿Todo bien? El día está genial —me atropello un poco como queriendo cubrir el expediente rápido y poner una excusa para irme. Al menos aguantaré media hora. ¿Por qué lo llamé? ¡Alejandra cómo me conoces! 

—Sí, ha sido un año intenso para los dos. Tú te fuiste a Bélgica, y yo me quedé gestionando la joyería familiar. Estoy muy bien. La verdad que el negocio va viento en popa y la vida aquí es tranquila. Diría que es lo que siempre quise, y ahora que mis padres se han jubilado puedo volar solo. 

—¡Cómo me alegro, de verdad! Todo fue muy repentino cuando me fui. Recibí la oferta y tuve que salir con una maleta en cada mano en menos de una semana —digo mientras de reojo veo a ese chico volviendo a su sombrilla. 

—Bueno, la vida nos abre caminos inesperados. Creo que después de este año, podemos decir que fue lo mejor. No pensaba que me escribirías, y me gustó la idea de ponernos al día. 

Escucho a Miguel con atención, y lo que dice tiene sentido. No creo que nos hayamos echado de menos. Creo que queda como una inercia en mí que me ha hecho llamarlo. El chico está recogiendo sus cosas, parece que se va. 

—He de admitir —continúa —que pregunté por ti a Alejandra. Siempre me dijo que te lo estabas pasando muy bien, y que la experiencia en Bélgica estaba siendo fantástica. 

—No me dijo nada. Debería haberte escrito y contártelo yo misma, pero… no sentí la necesidad de hacerlo. Todo se enfrió mucho. Sin embargo, valoro tu amistad. 

—Guau, has sido muy directa. Está bien, yo tampoco lo esperaba, prefiero esta “amistad” más light —dice mientras hace el gesto de comillas con los dedos. 

—Disculpa —oigo a mi espalda. Me giro y es él con la mano extendida y un trozo de papel en la mano. —Quería darte esto, lo dibujé mientras leía. Creo que es un bonito recuerdo de verano.  

Cojo la hoja, la miro, es una página arrancada de un libro en la que hay dibujada a lápiz una mujer en bikini tumbada en la arena bajo una sombrilla. Los trazos son simples, pero se distinguen las siluetas perfectamente. ¡Soy yo! 

—Gracias —digo mientras ordeno en la cabeza lo que está ocurriendo. Lo miro unos segundos que parecen horas. Él me sonríe y Miguel observa la escena callado sin saber muy bien qué está pasando. Yo tampoco lo sé. 

—Bueno he de irme, qué paséis buena tarde —dice andando hacia el paseo y moviendo la mano. 

—Tú también —le digo. 

Miro otra vez la hoja. —¿Quién era ese Irene? —dice Miguel contrariado.  

Me vuelvo y miro hacia la orilla donde él había estado con la chancla. Tengo que verlo. Doy una carrera mientras escucho de fondo a Miguel preguntándome qué pasa. Llego al lugar y allí está, el mismo dibujo de la hoja del libro, hecho en la arena en un tamaño mayor. Una chica con mi mismo bikini, tumbada bajo la sombrilla en la arena rubia y brillante por el efecto de los rayos del Sol. 

Miro hacia el paseo, ya no está. Un bonito recuerdo de verano…

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