Salvaje

En Sevilla todo puede sorprenderte. Puedes ver desde las expresiones de arte más transgresoras hasta el folclore más clásico, tradicional y regionalista del mundo. Este inmenso cruce de caminos que ha sido la ciudad del Guadalquivir a través de los siglos, la han hecho única y digna de atención. Es agradable dejarse llevar y perderse en sus calles, sus plazas, sus parques; y por supuesto, tratar con su gente. Gente que transforma día a día la Sevilla de toda la vida en una expresión única del buen vivir. Adaptándose a este siglo XXI en el que todo cambia tan deprisa. Y es que Sevilla en Navidad también es otra cosa.

Allí estoy yo, en la plaza del Salvador, rodeado de terrazas, con la Iglesia del Divino Salvador a mi izquierda, y la estatua de Juan Martínez Montañés a mi espalda. La luz anaranjada de las farolas se difumina por la luz blanca que desprenden las bombillas LED enroscadas alrededor de los postes de estas. Es como si la plaza estuviese decorada con antorchas eléctricas de 4 metros de altura. Los naranjos forman una línea recta en uno de los laterales de la plaza, y al mezclarse con las farolas crean sombras chinescas de formas diferentes. Si miras alguna de ellas puedes dejar volar tu imaginación como si de nubes en el cielo se tratase.

Un corrillo de gente llama mi atención. Escucho los acordes inconfundibles de la guitarra flamenca y el sonido del cajón que acompañan a un quejío flamenco que me encoge el estómago. Atraído por el embrujo de esa voz tan característica me abro paso a través de la gente. Llego a la primera fila y allí están. El sonido de la guitarra resuena en la plaza, y el guitarrista, sumido en una especie de trance, mueve los dedos de manera virtuosa. A su lado, su compañero sentado sobre el cajón golpea este con una combinación de toques en los que usa distintas combinaciones de dedos. En medio de los dos está el cantaor, con una camisa blanca abierta hasta el pecho. Pese a ser finales de diciembre, tiene la cara brillante de sudor y no parece tener frío. Sus ojos están cerrados y sus manos acompañan el ritmo con las palmas, así como su pie, que también golpea el suelo al compás. No para de gesticular con movimientos firmes, y su voz adquiere una profundidad que recorre la plaza e hipnotiza a los presentes. A mí sin embargo, más que la voz me hipnotizó ella. Delante de los tres, con un vestido negro ella baila de manera salvaje. Su taconeo en el duro acerado hace que sienta el sonido como si golpeara mi pecho. Sus giros ejercen una fuerza en su vestido, que se levanta al vuelo a la altura de sus rodillas. Al terminar, éste vuelve a caer suavemente a su posición inicial. Sus muñecas giran lentamente arriba mostrándolas a algún testigo en las alturas. Al mismo tiempo, arquea la espalda hacia atrás y pone sus ojos en el estrellado firmamento. Todo se ralentiza. El cantaor y el cajón quedan en silencio, y solo la guitarra mantiene un pequeño hilo sonoro que acompaña a la mujer. Ella baja lentamente sus brazos hasta ponerlos perpendiculares con el suelo mientras echa adelante su pierna izquierda. Luego la recoge, la cruza sobre la otra, y gira lentamente sobre sí misma dándome la espalda. Con los brazos de nuevo en alto mueve bruscamente la cadera hacia los lados un par de veces, para justo comenzar a caminar con pasos cortos y rápidos. Tras ese momento se gira lentamente sobre sus hombros y mira de una manera seductora a los allí presentes esbozando una sonrisa. Estoy totalmente embobado. Con un gesto abre sus brazos para luego cerrarlos sobre su pecho. Una de las manos la coloca sobre el estómago, y la otra la extiende paralela al suelo. La guitarra cambia de melodía a una más rápida, y ella empieza a taconear mientras avanza con pasos decididos hacia nosotros. 

—¡Vamoh allá Morena! —grita el cantaor. 

Con rapidez ella gira sobre sí misma dos veces con mucha fuerza metiendo su cabeza entre sus brazos que suben mientras giran de nuevos sus muñecas. Está tan cerca que siento como una gota de sudor salta de su piel y cruza la escasa distancia que nos separa para posarse en mi cara. Con una mano agarra su vestido y lo mueve abanicando el aire mientras da pequeños saltitos hacía atrás. Se escuchan los olés por parte de sus compañeros. De un taconazo se queda mirando al público una vez más. Sin dilación, se agacha para recoger un mantón color caramelo que hay en el suelo. Con un tirón de sus manos y un giro sobre sí misma el mantón cae sobre sus hombros cubriéndola por completo. Vuelve a abrir los brazos y de nuevo deja a la vista el virtuosismo en el movimiento de sus pies. Para terminar, lanza un beso sutil con una de sus manos mientras con la otra agarra el mantón como una muleta de toreo, al mismo tiempo que se va dando unos pasos y la música termina. 

El público allí presente rompe en aplausos, e incluso muchos se acercan a ella para saludarla y expresarle que tiene un arte que no se puede aguantar. Ella sonríe y da las gracias a unos y otros. 

Minutos más tarde, desde una de las terrazas disfruto de una cerveza y todavía observo como el grupo está conversando animadamente. Yo no dejo de pensar en la fiereza de la bailaora, en esa fuerza de la naturaleza que no necesitaba de nadie más que ella misma para deslumbrar a una plaza llena de gente. ¿Quién será? Morena la llaman una y otra vez mientras recogen los instrumentos.  

La casualidad hace que el grupo acabe sentado en la mesa alta contigua a la mía. Ríen y conversan sobre este mes diciembre en el que se mueven por Sevilla haciendo actuaciones callejeras y aprovechando la multitud de gente que ocupa las calles en Navidad. La tengo a escasos centímetros, y en ese momento gira una pajita dentro del vaso de lo que parece un Aperol. 

—Me ha gustado mucho la actuación —me lanzo a decirle. —Habéis estado muy bien, y tu baile ha sido magnífico. 

—¡Gracias hombre! —gritan los tres compañeros. —Esperamos que hayas dejado una moneda! 

—Sí, sí lo hice —respondo mientras me río. 

—¿De veras te ha gustado? En el espectáculo de hoy hemos decidido arriesgar y dar lo mejor que tenemos —continuó ella. —La plaza, las luces, y la noche tan despejada nos pareció que creaban el escenario ideal. 

—Pues disteis en el clavo. ¿Puedo saber cómo te llamas? He oído que te llaman Morena. Soy Héctor. 

—Soy Priscila, pero es verdad que dentro del mundillo del flamenco todos me llaman La Morena. Es muy genérico, pero ya me ves, con este pelo, esta piel y estos ojos; no tuvieron dudas al ponerme el apodo. 

Era verdad, por un momento la miré fijamente, su pelo era negro azabache, tenía la piel tostada, y unos ojos penetrantes que te atrapaban rápidamente si cruzabas la mirada con ella. En contraste, su sonrisa era blanca y dejaba mostrar toda su dentadura de manera relajada. 

—Encantado Priscila, tienes razón. Tu nombre es muy bonito también. Es bíblico o algo así ¿verdad? 

—Sí y no. Mi madre se decidió por él leyendo la Biblia, y yo desde niña pensé que era así, pero en realidad es latino y viene de los romanos. Lo que pasa es que es verdad que pertenece a una mujer bíblica famosa y mucha gente lo asocia a ella. Por cierto —dijo levantando el dedo índice como si fuera una profesora que va a echar una regañina a un alumno —a parte de la moneda del espectáculo te agradecería que nos siguieras en redes. Somos el grupo Sintiendo el Compás, y nos puedes encontrar en todas. Así puedes ver las siguientes actuaciones que tenemos por si te animas a vernos. 

—Ahora vuelvo a Bruselas después de las Navidades, vivo allí. Pero no descarto ir a veros la próxima vez que venga. 

—Quizás vayamos nosotros antes a Bruselas —dijo mientras soltaba una carcajada. —En fin, ha sido un placer. Te tomo la palabra ¿eh? —dice antes de plantarme dos besos en la mejilla para despedirse. 

—Morena vámonos que hay que volver al barrio, no dejes que te camele el muchacho que es muy vivo —dijo el guitarrista apurando la caña de un trago. 

—Jajaja. Que va Julián, la única que camela aquí soy yo cuando los miro fijamente. 

Se levantan y se marchan, y yo sentado en la banqueta, me quedo con una sonrisa en la cara que bien podría ser de alguien a quién acaban de camelar. 

Y es que, Sevilla en Navidad también es otra cosa…

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